Esta semana acompañé a mi hija de 7 años a la Universidad Simón Bolívar,
lugar que sirvió de sede al examen de las Olimpíadas Recreativas de
Matemáticas (ORM).
El ambiente era estimulante. Ver esa
cantidad de niñitos tan pequeños sentados en pupitres universitarios fue
una experiencia muy hermosa para todos los padres presentes. Los niños
estaban emocionados, pues el examen suponía un reto intelectual, además
de toda una experiencia de vida. Mientras pasaban las horas veía esa
Universidad excepcional, llena de profesores de primera, testigo de la
fuga de miles de talentos, pero también de la lucha de muchas
inteligencias que impulsan el necesario cambio del país. La Simón
Bolívar, ícono de un nivel de exigencia alto, pasa por momentos
difíciles, como todos en Venezuela. Pensé en lo distinto que podría ser
el país si la ideología no ofuscara algunas mentes: si educásemos para
la libertad y el servicio. Como madre, educadora y egresada de la
Bolívar, fue inevitable que pensara en el futuro de esos niños que
relativamente intuyen lo que sucede en el país. Pensé en lo vital que es
educar y considerar, por otra parte, a los docentes, como los sujetos
fundamentales de un verdadero cambio en la sociedad, porque "educar a
un joven no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él
alguien que no existía" (John Ruskin).
El verdadero educador
enseña "algo" ignorado y por eso "nuevo", pero ante todo forma
corazones, moldea vidas e ilusiones: ayuda a sacar al alumno de la
oscuridad convenciéndole de su valía, reforzándole lo bueno y
corrigiendo también sus deficiencias. Educar es mostrar que el horizonte
está abierto a muchas posibilidades, entre las cuales hay que elegir
con responsabilidad si se quiere ser sujeto activo de un cambio en la
sociedad y en el mundo. Implica ayudar a persistir en la búsqueda de la
verdad, de modo que el alumno logre llevar una vida con sentido. Por eso
la verdadera educación no depende de la fuerza física, sino del dominio
de la mente y de la bondad del corazón.
La alegría de esos
niños era la consecuencia de una especie de encuentro con el valor del
conocimiento. Esas inteligencias tan sensibles y expectantes, tan ávidas
de saber, tuvieron un primer contacto con un horizonte mucho más
amplio: el mundo universitario. Algunos habrán imaginado que estudiarían
allí. Otros habrán soñado con aplicar esa nueva lógica a algún fenómeno
de la vida ordinaria, como procura fomentar esta iniciativa tan
especial.
Lo cierto es que la experiencia fue de apertura, de
alegría y de contacto con la verdad. Tres palabras claves implicadas con
el verdadero proceso educativo, pues el saber genera alegría por su
relación con la verdad; por lo mucho que estimula a superar las propias
limitaciones, para transformarlas en fortalezas. Efecto muy distinto al
experimentado en todo proceso de manipulación ideológica, en el que al
engaño con falsas promesas sigue el encierro en uno mismo, en un único
grupo, en una única idea, en una terminología unívoca, en una única
prensa, en una única TV, en la isla de país secuestrado, y vendido al
que pretende ser su único dueño.
A la inteligencia desnutrida
sólo le queda la violencia. Si, por el contrario, educamos bien a los
niños, no habrá necesidad de castigar a los hombres (Pitágoras), pues
habrán aprendido a hacer buen uso de su vida. Por ello tampoco habrá
"distinción de clases" (Confucio), pues donde ha imperado la libertad
para pensar y descubrir el mundo, se han facilitado las condiciones para
ayudar a los niños a que rindan sus talentos.
El mundo ideal no
existe, pero sí el mejorable. Y donde se fomenta la libertad de espíritu
es más factible que el individuo pueda desarrollarse en paz. Los logros
responderán al esfuerzo personal, aunado, sí, a la igualdad de las
oportunidades ofrecidas, pero nunca a dádivas que sólo exigen a cambio
fidelidad de pensamiento.
En fin, la alegría era notoria en las
Olimpíadas de Matemáticas. Las caras de los niños significaban mucho. Lo
eran –de hecho– "todo" para los padres. Mientras escribía este
artículo, recibí un correo electrónico con la descripción de lo que
parece estar experimentando la sociedad civil en Turquía. Resultó
inevitable que lo asociara con lo que ahora digo, pues tiene que ver con
la alegría que experimenta un pueblo que se descubre: que advierte que
puede ser libre y que por serlo es feliz. El activista que escribió esas
líneas se refiere así a lo que descubrió en un rostro concreto:
"...traslucía el significado de la vida. Esa era la verdadera raíz de la
vida, una fuente de sonrisa eterna. No encuentro palabras para reflejar
la densidad de sentimientos, felicidad y emoción que hay aquí. Palabras
que lo refieran no han sido nunca dichas en estas tierras, porque nunca
se han experimentado sentimientos así. Ahora empezamos a hablar. Con
palabras que no habían sido dichas hasta ahora. Para un mundo que no
había sido soñado. Por gente que no había hablado.
Empezamos a hablar ahora. Para no estar nunca más en silencio".
Leamos bien.
Ofelia Avella
Caracas (?), 10 de junio 2013
ofeliavella@gmail.com
Tomado de El Universal el lunes 10 de junio de 2013. Dirección URL original: http://www.eluniversal.com/opinion/130610/educar-en-venezuela
Comentarios
Publicar un comentario